Sunday, May 29, 2005

Adaptación de La Tempestad

La Tempestad
Adaptación de la obra de William Shakespeare.
Por Gonzalo Villar B.
Selección de la Música: Claudio Zalazar P.

Dramatis Personae
ALONSO
Rey de Nápoles

SEBASTIÁN
Hermano suyo

PRÓSPERO
Duque legítimo de Milán

ANTONIO
Hermano del precedente y usurpador de su ducado

FERNANDO
Hijo del rey de Nápoles

GONZALO
Anciano consejero

CORTESANOS

CALIBÁN
Esclavo salvaje y deforme

MIRANDA
Hija de Próspero

ARIEL
Genio del Aire

IRIS, CERES, JUNO, NINFAS
Objetos: Mantas; manto mágico; talismán; vara de mago; campanita; libro; tablero de ajedrez; leños; terreno en que marcar un gran círculo; espadas, elementos de la tempestad; banda sonora; cuerpo de danza.

Escenario: Frente a una gruta y junto al mar.

1.- Introducción

**** Fuera del lugar en que ocurrirá el grueso de la acción; se escucha música barroca. Aporte Musical Nº1****

Ariel.- (Dirigiéndose al público):

"Vos tenéis un papel en esta obra, seréis Fernando, el novio de Miranda, la dulce hija de Próspero, duque legítimo de Milán. Cuando llegue el momento, si lo estimáis prudente, acepta el enlace o retírate en silencio".

"Ahora, para comenzar esta jornada de naufragio, mi señor, Próspero, os exige una prueba de vuestra devoción hacia su hija. Debéis apilar estos leños"

****Mientras el público trabaja arduamente, se les acerca Miranda, los observa con amor y les dice:***

Miranda.-

"¡Ay! Os lo ruego, no trabajéis tan ardorosamente. Quisiera que el rayo
hubiese consumido esos troncos que tenéis orden de poner en pila. Por favor, dejadlos y reposad. Cuando ardan, llorarán por haberos fatigado". "Si queréis sentaros, llevaré yo esos leños. Dadme este, os suplico; lo acarrearé a la pila".

Ariel .-

No preciosa criatura, Fernando prefiere romperse los nervios, quebrarse los riñones, antes de veros entregada a tan humillante tarea, y él cruzado de brazos.

********Miranda observa embelesada a Fernando******

*******Luego de un buen rato de ejercicio con los leños, Ariel conduce a Fernando a una sala llena de vestimentas llamativas colgadas de una cuerda y le invita a beber una copa de vino, mientras se escucha La Tempestad de Beethoven. Aporte Musical Nº2(La Tempestad Opus 31)*****

Ya bebida la copa, todos los visitantes son conducidos por Ariel y sus agentes hacia un lugar amplio, donde son recostados y cubiertos con mantas, a las que luego se introducirá Calibán.

Mientras Ariel conduce a Fernando a la sala, le recuerda al oído que:

*******************************

Ariel.-
"Las olas y el viento no hacen distinciones entre los hombres".

Una vez que los visitantes estén bajo las mantas
********************************

Calibán.-

Eres un dios maravilloso y traes el aroma de un licor celestial.
Me arrodillaré ante ti.
Te enseñaré hasta la última pulgada fértil de la isla y te besaré los pies: te ruego que seas mi dios.

Ariel.-

Por la más extraña de las casualidades, la bienhechora Fortuna, cara amiga de mi Señor, ha conducido a sus adversarios hacia estas playas, y Próspero, merced a la observación de sus luces internas y de las que brillan en lo Alto, ha descubierto que su cenit se halla dominado por la estrella más propicia, cuya influencia debe utilizar con cuidado si no quiere ver abatida para siempre su fortuna.

2.- Escena de la Tempestad.

Próspero.-

Rápido como el pensamiento ¡Ven, Ariel!

Ariel.-

A tu pensamiento me ciño. ¿Qué deseas?

Próspero.-

Decidme buen genio. ¿En qué momento del día estamos?
Ariel.-

Justo al Meridión.

Próspero.-

Cumplid entonces los trabajos que se os han confiado, nuestro proyecto deberá estar terminado a la hora sexta.

Aporte Musical Nº3 (Tormenta, explosiones, oraciones, garabatos).

Ariel: (En medio de la tormenta, luego de agotados los mayores ruidos)

En África, cerca del lugar en que estuvo Cártago, se ha celebrado una boda entre Claribel, la hija del Rey de Nápoles y el monarca de Túnez.

Ahora, terminados los festejos, un barco de amplio velaje y numerosa tripulación lleva a Alonso, Rey de Nápoles y a Antonio, el usurpador del trono de Milán, de regreso a Europa.

De pronto, los ataca una furiosa tormenta. El buque está inundado de agua como una muchacha lúbrica y las olas juguetean con él, como si se tratara de una cáscara de nuez.

En medio de gritos, llantos y oraciones, el Contramaestre del navío expresa: ¿Qué importa a estas olas rugientes el nombre de un rey?; respeto al monarca tanto como a mí mismo.
Un buen hombre que viaja en la nave, Gonzalo, observa al Contramaestre y ve en su altivez el destino inexorable de un perfecto ahorcado, y, en consecuencia, hace votos por que se cumpla la sentencia escrita en el rostro de ese rebelde, diciendo:

Gonzalo.-

¡Vela buena fortuna por su ahorcamiento! ¡ Si no ha nacido para ser ahorcado, nuestra situación es desastrosa!

Aporte Musical Nº4 (Más tormenta)

3.- Próspero cuenta su tragedia, junto a su gruta.

Próspero.- (Despojándose de su manto mágico y de su talismán)

El terrible espectáculo de este naufragio, que ha despertado en vosotros la virtud de la compasión, lo he preparado yo tan acertadamente, merced a los recursos de mi arte, que allí no se extinguió vida alguna..., nadie ha perdido el valor de un cabello, entre aquellos cuyos gritos habéis oído y os han llenado de asombro.

Hace doce años, yo, Próspero, era duque de Milán.

Una negra traición y una feliz bendición de los cielos me condujeron a esta Isla en compañía de Miranda, mi hija, que en aquella época no tenía más de tres años.
A mi hermano, de nombre Antonio... a quien más amaba en el mundo después de mi hija, dejé confiada la dirección de mis estados. En esta época, de todas las señorías, la mía era la más importante, y yo sobresalía entre los otros duques.

Mi linaje era sin igual, y nadie podía compararse conmigo en el conocimiento de las artes liberales, cuyo estudio me absorbía de modo que me desembaracé del peso del gobierno, abandonándolo a mi hermano, y viví en mi nación como un extranjero, completamente dado y aplicado a las ciencias ocultas.
Mi hermano, una vez enterado de la manera de satisfacer a los solicitadores y de cómo se los rechaza; sabiendo a quién agradar y a quién reprimir, hizo nuevos vasallos de mis vasallos; quiero decir, que los cambió, que los modeló a su antojo. Poseyendo a la vez la clave del oficio y del oficial, dio a todos los corazones el diapasón que deleitó a su oído, a tal grado, que vino a ser como la hiedra
que ocultaba mi tronco majestuoso y chupaba su savia en mi verdor...

Yo, olvidando así las cosas de este mundo, enfrascado en mi retiro por completo ocupado en enriquecer mi mente con lo que era a mis ojos muy superior al saber popular, desperté un diabólico instinto en mi pérfido hermano. Y mi confianza, ilimitada por la consanguinidad, engendró en él una felonía proporcionada a mi buena fe, que verdaderamente no tenía límites, una seguridad sin trabas.

Convertido de este modo en dueño, no solamente de lo que atesoraban mis rentas, sino también de cuanto podía mediante mi poder, semejante a un hombre que, en fuerza de repetir una cosa, comete en su memoria el pecado de dar crédito a su propia mentira, se imaginó que era efectivamente el duque, olvidó la sustitución, y tomando la apariencia del rostro de la soberanía, con todas sus prerrogativas..., creció desde ese instante su ambición...

Para que no hubiera pantalla alguna entre el papel que representaba y la realidad del mismo, creyó necesario hacerse dueño absoluto de Milán. En cuanto a mí, pobre hombre..., mi biblioteca era un ducado suficientemente grande. Llegó a suponerme incapaz de ejercer la soberanía temporal. Confederado, tan sediento estaba de poder, con el rey de Nápoles, se obligó a pagarle un tributo anual, le rindió homenaje, sometió su coroneta a su corona y humilló al ducado hasta entonces indomable. ¡Ay pobre Milán!, bajo el más vergonzoso yugo.

El rey de Nápoles, inveterado enemigo mío, atendió a la pretensión de mi hermano, la cual consistía en que él, a cambio de las concesiones de homenaje, y de no sé qué tributo, me arrojase a mí y a los míos del ducado y confiriese el hermoso Milán con todos los honores a mi hermano. Acto seguido levantóse un ejército de traidores; una noche, la señalada para la ejecución, Antonio abrió las puertas de Milán, y, en medio del horror de las tinieblas, los comisionados de sus proyectos arrancáronme de allí a mí, y a Miranda, que gritaba.

Sin embargo, no nos asesinaron. No se atrevieron: tanto era el cariño que el pueblo me profesaba; no quisieron sellar con sangre el acontecimiento, sino que prefirieron pintar sus reprobables fines con los más sugestivos colores. En suma: nos transportaron a bordo de un barco, que nos internó algunas leguas en el mar, donde tenían dispuesto el casco de una nave sin aparejos, roldanas, vela ni mástil, que hasta las ratas habían abandonado instintivamente. Allí nos introdujeron a la fuerza, para que uniéramos nuestros gritos a la mar que rugía en torno y nuestros suspiros a los vientos, los cuales, compadecidos, suspiraban a la vez devolviéndonos los sollozos en ecos simpáticos.

Fue mi hija la que me salvó. Animada de una fortaleza celestial, sonreía, mientras yo hacía llover sobre el mar con salobres lágrimas, gimiendo bajo el peso de mis males. Esa sonrisa de niña engendraba en mí una resolución obstinada, que me ayudó a sobrevivir.

Gracias a la divina Providencia. Disponíamos de algunos víveres y un poco de agua dulce, que un noble napolitano, Gonzalo, al que incumbía la ejecución del proyecto, movido de caridad, nos dejó, juntamente con ricas vestiduras, ropa blanca, telas y otros objetos necesarios que después nos han sido de gran utilidad; sabiendo lo que estimaba mis libros, llevó su generosidad hasta proveerme, sacados de mi propia biblioteca, de volúmenes a los que yo concedía mayor valor que a mi ducado.

(Recogiendo su manto). Al poco tiempo. Arribamos aquí, a esta isla, y en ella he sido el profesor de Miranda, ella ha sacado más provecho de mis lecciones que otras princesas que derrochan el tiempo en horas frívolas y carecen de preceptores tan cuidadosos.

Aporte Musical Nº 5 (Música para Ariel.- El público es liberado de sus mantas.)

4.- Ariel y Calibán.

Ariel.-

Al arribar Miranda y Próspero a la Isla existían sólo dos habitantes: el que habla, Ariel, genio capaz de tornarse invisible o de adoptar diversas formas y Calibán, el hijo de una bruja.

Ella, Sycorax, una terrible hechicera, fue desterrada desde Argel a causa de numerosas fechorías y de terribles embrujamientos incapaces de soportar por oídos humanos.

Esta furia de ojos azules fue transportada a estos lugares con el niño de que estaba encinta, y abandonada aquí por los marineros.
Miranda.-

Ariel le servía entonces de esclavo y como era un espíritu excesivamente delicado para ejecutar sus terrestres y abominables órdenes, se resistió a secundar sus operaciones mágicas.

Entonces ella, con la ayuda de agentes más poderosos, y en su implacable cólera, le confinó en el hueco de un pino. Aprisionado en aquella corteza permaneció lastimosamente una docena de años, en cuyo espacio de tiempo hubo de morir ella, dejando preso a Ariel, quien daba al viento sus sollozos con la rapidez de una rueda de molino.

En dicha época, esta isla, a excepción del hijo que había dado a luz la bruja, un pequeño monstruo rojo y horrible, no era honrada con la presencia de un humano.

Los gemidos de Ariel hacían ladrar a los lobos y penetraban en el corazón de los siempre enfurecidos osos. Era un verdadero suplicio de condenado, que Sycorax no podía revocar.

Cuando mi padre llegó, hizo abrir el pino y le permitió al genio salir de él.

Próspero.-

El otro habitante que encontramos en la Isla es Calibán una criatura atrasada que conservo a mi servicio.

Este tuno deforme tenía por madre a una bruja, cuyo domino era tal, que influía en la luna, hacía subir y bajar las mareas y asumía sus funciones sin hallarse revestida de su poder

Calibán es un diablo, un diablo, por su nacimiento, sobre cuya naturaleza nada puede obrar la educación. Cuanto he hecho por él, humanamente posible, ha sido tiempo perdido, completamente perdido. Y así como, al avanzar en edad, su cuerpo se ha quedado más feo, de igual modo su espíritu se ha hecho más corrupto.

Es un villano, pero no podemos pasarnos sin él. Enciende nuestro fuego, sale a buscarnos la leña y nos presta servicios útiles.

Si, pese a todo lo expuesto, a este medio demonio, a este objeto de las tinieblas, lo reconozco yo como mío.

¡Hola! ¡Esclavo! ¡Calibán! ¡Terrón de barro! ¡Habla!

CALIBÁN. –

(Dentro.) Hay bastante leña en la casa.

PRÓSPERO. –

Te digo que vengas. Tengo otras ocupaciones que darte. ¡Avanza, tortuga! ¿Vendrás?

¡Tú, infecto esclavo, engendrado por el mismo demonio a tu maldita madre, avanza!

--------Entra CALIBÁN---------

CALIBÁN. –

¡Que el maligno rocío que barría mi madre con una pluma de cuervo sobre el malsano aguazal os inunde a vos y a tu vasallo Ariel! ¡Que un viento Sudoeste sople sobre vosotros y os cubra la piel de úlceras!

PRÓSPERO. –

Ten la seguridad de que, por ello, esta noche padecerás calambres y dolores de costado que te cortarán la respiración. Los erizos, durante la parte de la noche que les sea permitido obrar, se cebarán todos en ti. Serás cribado de picaduras tan numerosas como las celdas de un panal de miel, y cada pinchazo será más doloroso que si proviniese de una abeja.

CALIBÁN. –

Tengo derecho a comer mi comida. Esta isla me pertenece por Sycorax, mi madre, y tú me la has robado. Cuando viniste por vez primera, me halagaste, me corrompiste. Me dabas agua con bayas en ella; me enseñaste el nombre de la gran luz y el de la pequeña, que ilumina el día y la noche. Y entonces te amé y te hice conocer las propiedades todas de la isla, los frescos manantiales, las cisternas salinas, los parajes desolados y los terrenos fértiles. ¡Maldito sea por haber obrado así!... ¡Que todos los hechizos de Sycorax, sapos, escarabajos y murciélagos caigan sobre vos! ¡Porque yo soy el único súbdito que tenéis, que fui rey propio! ¡Y me habéis desterrado aquí, en esta roca desierta, mientras me despojáis del resto de la isla!

PRÓSPERO. –

¡Oh, esclavo impostor, a quien pueden conmover los latigazos, no la bondad! Te he tratado a pesar de que eres estiércol, con humana solicitud. Te he guarecido en mi propia gruta, hasta que intentaste violar el honor de mi hija.

CALIBÁN. –

¡Oh, jo!¡Oh, jo!... ¡Lástima no haberlo realizado! Tú me lo impediste; de lo contrario, poblara la isla de Calibanes.

PRÓSPERO.-

¡Esclavo aborrecido, que nunca abrigarás un buen sentimiento, siendo inclinado a todo mal! Tengo compasión de ti. Me tomé la molestia de que supieses hablar. A cada instante te he enseñado una cosa u otra. Cuando tú, hecho un salvaje, ignorando tu propia significación, balbuceabas como un bruto, doté tu pensamiento de palabras que lo dieran a conocer. Pero, aunque aprendieses, la bajeza de tu origen te impediría tratarte con las naturalezas puras. ¡Por eso has sido justamente confinado en esta roca, aun mereciendo más que una prisión!

CALIBÁN. –

¡Me habéis enseñado a hablar, y el provecho que me ha reportado es saber cómo maldecir! ¡Que caiga sobre vos la roja peste, por haberme inculcado vuestro lenguaje!.

PRÓSPERO. –
¡Fuera de aquí, semilla de bruja! Ve a buscarnos combustible. Y apresúrate, que más te valdrá para llevar a cabo otras misiones. ¿Te encoges de hombros, réprobo? Si lo echas en olvido o realizas de mala gana mis mandatos, te torturaré con los consabidos calambres, te llenaré los huesos de dolores y te haré lanzar tales gemidos que temblarán las bestias.

CALIBÁN. –
No, te lo suplico. (Aparte.)
Debo obedecer. Su poder es tan irresistible, que triunfaría de Setebos, el dios de mi madre, y haría de él un vasallo.

PRÓSPERO. - ¡Vamos, esclavo, márchate! (Sale CALIBÁN)

Aporte Musical Nº 6(Música para Calibán)






5.-. Próspero y Ariel narran las historias secundarias.

Próspero.-

La Tempestad con que ha partido esta jornada, provocada por mi magia y las buenas artes de Ariel, ha concluido conforme a los planes trazados.

Toda la tripulación está a salvo, separada en varios grupos aislados.

El rey de Nápoles y su Corte, piensan que Fernando, el joven heredero de aquella corona, ha muerto.

Ariel.-

Dos náufragos borrachines se asociaron con Calibán.

El hijo de Sycorax tomó por dios a Esteban, el dueño de un barril de vino y lo persuadió de matar a Próspero para convertirse en Monarca de la Isla.

Agudicen sus sentidos y conocerán las maquinaciones de aquel monstruo rojizo, buey de la luna.

CALIBÁN. –

Próspero, acostumbra dormir la siesta. Por lo cual, mi dios, te será posible romperle el cerebro, tras apoderarte primero de sus libros, o con un bastón hendirle el cráneo, o despanzurrarle con una estaca, o cortarle la arteria de la tráquea con tu cuchillo.

Acuérdate, sobre todo, de cogerle los libros, porque sin ellos no es sino un tonto como yo, ni tiene genio alguno que le sirva. Todos le odian tan profundamente como yo. Quema tan sólo sus volúmenes; él posee excelentes utensilios, pues así los denomina, que encerrará en su casa cuando disponga de una. Pero lo más digno de consideración es la belleza de su hija, a quien él mismo llama incomparable. Nunca he visto una mujer, con las únicas excepciones de Sycorax, mi madre, y ella; pero sobrepasa a Sycorax como lo grande a lo pequeño.

Aquella joven es tan hermosa que convendrá a tu lecho y te dará una linda descendencia.

ARIEL.

Pobre e ingenuo Calibán, bastó que mi señor Próspero tendiera en una cuerda algunas vestimentas llamativas, para atraer a los borrachos hacia una emboscada, de la que huyeron despavoridos, perseguidos por un ejército de perros fantasmales y una pléyade de energías mágicas que trituraron sus junturas con secas convulsiones; encogieron sus músculos con terribles calambres y marcaron su piel con más pellizcos que manchas tienen los leopardos o la pantera.

Próspero.-

Por su parte, mi pérfido hermano Antonio pactó una alianza con Sebastián, el hermano del Rey de Nápoles, para asesinar durante el sueño a aquel monarca y usurpar su trono. De paso, pretendían matar a mi buen Gonzalo. Ariel, ha impedido esta nueva felonía.

Ariel.-

Mi señor, observad las imágenes y las palabras que comprueban aquella traición.

Sebastián.-

Antonio, recuerdo que suplantásteis a vuestro hermano Próspero.


Antonio.-

Cierto, y ved cuán bien me sientan mis vestidos. Mucho mejor que antes. Los servidores de mi hermano son mis súbditos.


Sebastián.-

Pero vuestra conciencia. La mía me frena y me azota de antemano.

Antonio.-

¡Bah, señor! ¿Dónde yace esa conciencia? Si fuese un sabañón me obligaría a ponerme pantuflas; pero no siento en mi pecho esa deidad. ¡Veinte conciencias que se interpusiesen entre Milán y yo se calcinarían y derritirían antes de dirigirme el menor reproche!. He ahí tendido a vuestro hermano. No valdría más que la tierra sobre la que descansa, si fuera lo que parece ahora, que está dormido; a quien yo, con este dócil acero, ¡con tres pulgadas de él!, puedo mandarle a dormir para siempre; mientras vos imitándome podéis sumir en silencio eterno a ese antiguo moralista, a ese Gonzalo Prudencio, que no censuraría nuestra conducta. En cuanto a los otros, se inclinarán a la tentación, como gato que bebe leche. En cualquier asunto que emprendamos bastará decirles la hora para que hagan sonar el reloj.

Sebastián.-

Tu caso, querido amigo, me servirá de precedente. Como ganaste a Milán ganaré yo a Nápoles. Tira la espada; un golpe te librará del tributo que pagas, y yo, el rey, te apreciaré.

Antonio.-

Desenvainemos juntos, y cuando alce mi diestra, imitadme y caed sobre Gonzalo.

Aporte Musical Nº7.- (Para intento de Asesinato e Intervención de Ariel)

***Espadas sobre la piel del público************

Ariel.

Fue entonces que cumplí tu orden, mi Señor, e impedí aquella matanza.

Más tarde, guié a los náufragos a la desesperación, mostrándoles banquetes que surgían de la nada y desparecían al primer toque de sus manos ávidas.

Acto seguido, los conduje a un laberinto de figuras fantasmales, inundando sus espíritus de espanto.

Luego, entre truenos y relámpagos, me aparecí ante los tres aristócratas traidores, en forma de Arpía.

Aporte Musical Nº8 (Truenos y sonidos de espanto) Luces adecuadas para rayos.

Entonces dije: "Sois tres pecadores, que el Destino, que tiene por instrumento este bajo mundo y todo cuanto encierra, ha vomitado del insaciable océano sobre esta Isla, donde ningún hombre debe habitar , pues que entre los hombres sois indignos de vivir. ***** Ruido de las espadas desenvainadas por los náufragos*******¡Os vuelvo furiosos!¡Con ese mismo valor los hombres se ahorcan o se ahogan! ¡Insensatos! Yo y mis compañeros somos los ministros del destino. Los elementos de que se componen vuestras espadas tienen más posibilidades de herir los vientos, o con irrisorios golpes, cortar la ola que vuelve a reunirse, que lograr rozar una pluma de mis alas. Mis compañeros ministros son invulnerables. Aunque tratéis de herirnos, vuestros aceros son ahora demasiado pesados para vuestras fuerzas y no conseguiréis levantarlos. Pero recordad, pues tal es el objeto de mi misión, que vosotros tres habéis suplantado de Milán al virtuoso Próspero; que a él y a su inocente hija los habéis expuesto sobre el mar, que os ha castigado. A causa de esta acción odiosa, los prepotentes destinos, que pueden retardar, pero que no olvidan nunca, han amotinado los mares, las riberas, sí, las criaturas todas contra vuestra paz. A ti, Alonso, te han privado de tu hijo; y ellos os anuncian por mi voz que una lenta destrucción, peor que cualquiera clase de muerte, seguirá paso a paso por donde vayáis. Para preservaros de su furia, que, de otro modo, en esta isla desolada caerá sobre vuestras cabezas, no hay sino un remedio; la contrición del corazón y llevar una vida inmaculada.

Aporte Musical Nº 9(Desvanécese el trueno. En seguida, una música agradable)

PRÓSPERO. –

Que bien Ariel, tomaste admirablemente la forma de la arpía. Poseías gracia en medio de tu ferocidad. Nada has omitido de mis instrucciones en tus palabras. Del mismo modo, con suma animación y extraño esmero, han cumplido mis agentes secundarios sus diferentes funciones. Mis encantos irresistibles obran, y mis enemigos son prisioneros del delirio.
Ariel.-

Gracias mi buen amo, y, para poner término a la relación de mis tareas, os presento un elemento que os llenará de alegría.

Escucha al buen Gonzalo, soñando un tiempo y un lugar en que los hombres serán hermanos. Al fin y al cabo, no todo es odio y traición entre los náufragos.

***Campanitas de Ariel****

Gonzalo.-
En medio de esta tierra nueva, naturalmente libre, pienso en los crímenes cometidos en nombre del orden y las leyes, en las infames traiciones que envilecen la actividad pública, en la explotación de campesinos y trabajadores.

Entre mis libros, encontré un ensayo de Montagne, del que tantas veces hablamos con mi querido hermano Próspero.

Aquel Magistrado francés, padre del ensayo, tras conocer a viajeros y habitantes originales de América, observó que los verdaderos antropófagos no son los nativos del nuevo continente, sino los poderosos del mundo viejo, que nos comemos a los vivos.

En esta Isla desolada, ajena a nuestras deplorables instituciones, tal vez los viajeros que huyan de las tiranías, puedan crear su propia República de Caníbales.

En aquella comunidad todas las cosas estarían al revés de cómo se estilan. Porque no se admitiría comercio alguno, ni nombre de magistratura; no se conocerían las letras; nada de ricos, pobres y uso de servidumbre; nada de contratos, sucesiones, límites, áreas de tierra, cultivo, viñedos, no habría metal, trigo, vino ni aceite; no más ocupaciones; todos, absolutamente todos los hombres estarían ociosos; y las mujeres también, que serían independientes y puras; nada de soberanía.

Todas las producciones de la Naturaleza serían en común, sin sudor y sin esfuerzo.

La traición, la felonía, la espada, la pica, el puñal, el mosquete o cualquier clase de tortura, todo quedaría suprimido, porque la Naturaleza produciría por sí propia, con la mayor abundancia, lo necesario para mantener a mi inocente pueblo.

Ni siquiera habría bodas. Sería una república de holgazanes, putas y bribones.

Aporte Musical Nº10 (Imagine)

Próspero.-

¡Silencio!, En el horizonte veo acercarse a Fernando, el príncipe náufrago, quien está en estos momentos, bajo la influencia de Ariel y su música.

Aporte Musical Nº11 (Musicalización del Poema sobre Alonso en el fondo del Mar)

Ariel.-

Tu padre yace enterrado bajo cinco brazas de agua; se ha hecho coral con sus huesos; los que eran ojos son perlas.

Nada de él se ha dispersado, sino que todo ha sufrido la transformación del mar en algo rico y extraño.

Las ondinas, cada hora, hacen sonar su campana.

-----Ariel rodea con campanitas y silbidos a los postulantes----------

6.- Fernando y Miranda se enlazan.

Próspero.-

Miranda, levanta las cortinas franjeadas de tus ojos y dime que ves.

MIRANDA. – (Dirigiéndose a Fernando)

¿Qué es? ¿Un espíritu?... ¡Señor, que formas! Creedme, señor, tiene una arrogante presencia... Pero es un espíritu.

PRÓSPERO. –

No hija mía; come, duerme y tiene los mismos sentidos que nosotros. El galán que miras es uno del naufragio, y si no estuviera algo desfigurado por el sufrimiento, ese cáncer de la hermosura podría hallar en él una persona bizarra. Ha perdido sus compañeros, y vaga errante por encontrarlos.

MIRANDA. –

Tentada estoy de tomarle por una cosa divina, porque nada en la Naturaleza he visto tan noble.

**** todos quedan detenidos, a excepción de Ariel, quien sale a narrar, marcando el comienzo y el fin del paréntesis con su campanita*****

ARIEL.-

Fernando, el noble heredero de Nápoles y Miranda, inevitablemente se enamoran.

Próspero fortaleció este amor y puso a prueba el orgullo de Fernando, obligándolo a cortar y acarrear miles de leños. Tarea que el Príncipe cumplió con singular esmero, recordando que hay algunos juegos que son penosos y cuya fatiga les presta mayor atractivo.

Hay ciertas humillaciones que pueden soportarse noblemente, y los procedimientos más mezquinos inducir a los más ricos fines.

Mientras más dura era su tarea, más fácil le parecía.

Por su parte ¡Miranda! ¡Tan perfecta, tan incomparable, ha sido formada con lo que existe de mejor en cada criatura!

Es una mujer intachable, pura, cándida, que ve con ojos dulces todo lo que le rodea.

MIRANDA. –

No recuerdo a nadie de mi sexo. No recuerdo las facciones de mujer alguna, salvo las mías, que mi espejo ha reflejado, ni he visto entre los que puedo llamar hombres más que a vos (dirigiéndose al postulante), y a mi querido padre.
De cómo están formados los demás, no tengo la menor idea. Pero, por mi pureza, la joya de mi dote, no desearía en el mundo ningún otro compañero sino vos, ni podría la imaginación modelar figura de otro igual a vos, fuera de vos mismo.

FERNANDO. –

Soy, por mi alcurnia, un príncipe, Miranda; pienso que un rey, ¡ojalá no lo sea!; y esta esclavitud en un bosque me disgusta más que si la mosca plantase huevos en mis labios... He oído hablar a mi propio corazón. Desde el instante mismo en que os vi, mi corazón voló a vuestro servicio; allí reside hecho vuestro esclavo, y por afecto a vuestra persona me hallo convertido en este dócil leñador.

MIRANDA. - ¿Me amáis?

FERNANDO. –

¡Oh cielos! ¡Oh tierra! ¡Sed testigos de mis palabras y coronad mis deseos de un éxito feliz si soy sincero! ¡De lo contrario, trocad en infortunio la gloria que me está destinada! ¡Os amo, os honro y os venero por encima de los límites asignados al universo mundo!

MIRANDA. –

¡Estoy loca al llorar por lo que este placer me causa!

PRÓSPERO. –

(Aparte) ¡Hermoso encuentro de dos cariños extraordinarios! ¡Llueva el cielo sus dones sobre el amor que en ellos germina!

FERNANDO. - ¿Por qué lloráis?

MIRANDA. – Por mi indignidad, que no osa ofreceros lo que desea conceder, y menos aún aceptar aquello cuya privación me mataría. Pero es una niñada, y cuanto más mi afección busca encubrirse, tanto más revela su alcance. ¡Atrás, tímido disimulo! ¡E inspírame, ingenua y santa inocencia! Soy vuestra esposa, si queréis desposaros conmigo. De lo contrario, moriré virgen por vuestro amor. Podéis rechazarme por compañera; pero seré vuestra esclava, lo queráis o no.

FERNANDO. –

¡Seréis mi soberana, señora, y yo seré, como al presente, vuestro humilde servidor ¡

MIRANDA. –
¿Mi esposo, entonces?

FERNANDO. –

Sí, con tan gozoso corazón como el esclavo gusta de la libertad. He aquí mi mano.

MIRANDA. –

Y la mía, con el corazón dentro.
Aporte Musical Nº12(Alegría)

PRÓSPERO. –
Aparte.-

No pienso ser tan feliz como ellos, a quienes todo sorprende; pero mi alborozo no puede ser mayor.

******** Silencio*******

Fernando: Si os he castigado con demasiada severidad, el precio que recibís repara largamente vuestras fatigas; pues os entrego el hilo de mi propia existencia, es decir, aquello por lo cual vivo.

Todas las vejaciones que te he impuesto eran para probar tu amor, y has salido maravillosamente de la prueba. Aquí ante el Cielo, ratifico mi precioso don. ¡Oh Fernando! No te rías de las alabanzas que le he dirigido, pues tú mismo hallarás que supera a todos los elogios y los deja muy atrás.

Recibe pues, mi hija como un presente mío y como una adquisición que dignamente has conquistado. Pero si rompes su nudo virginal antes que se celebren todas las ceremonias santas, según los sagrados ritos, en vez de que el cielo deje caer un dulce rocío para que florezca vuestra unión, el odio estéril, el desdén de áspera mirada y la discordia sembrarán vuestro lecho de zarzas tan punzantes que los dos acabaréis por detestarlo. Esperad, por consiguiente, que os ilumine la lámpara de Himeneo.

Aporte Musical Nº 13 (MASCARADA, Ballet de Aída)

IRIS, CERES y JUNO danzan junto a los postulantes.

PRÓSPERO. - ¡Chis! ¡Silencio ahora!... Queda todavía algo por ver. ¡Chitón y permaneced mudos, o de lo contrario se romperá el hechizo!.

Fernando, parecéis como emocionado, hijo mío; dijérase que algo os conturba. Tranquilizaos, señor. Nuestros divertimientos han dado fin. Estos actores eran espíritus todos y se han disipado en el aire, en el seno del aire impalpable; y a semejanza del edificio sin base de esta visión, las altas torres, cuyas crestas tocan las nubes, los suntuosos palacios, los solemnes templos, hasta el inmenso globo, sí, y cuanto en él descansa, se disolverá, y lo mismo que la diversión insustancial que acaba de desaparecer, no quedará rastro de ello. Estamos tejidos de idéntica tela que los sueños, y nuestra corta vida se cierra con un sueño. Señor, me encuentro contrariado. Perdonad mi debilidad. Mi achacoso cerebro se turba. No os afecte mi franqueza. Si lo tenéis a bien, retiraos a mi gruta y descansad. Daré un paseo o dos para aplacar la agitación de mi ánimo.

Aporte Musical Nº 14 (Cortina Musical previa al perdón).

7.- El Perdón

PRÓSPERO, se atavia con su vestido mágico y le acompaña ARIEL.

PRÓSPERO. –

Mi proyecto va tocando ahora a su fin. Mis encantos no pierden su poder; obedecen mis espíritus, y este período crítico de mi vida se cumple a tenor de mis deseos. ¿En qué hora estamos?

ARIEL. –

En la sexta, hora en que, según me habéis dicho, señor, terminarían nuestros trabajos.

PRÓSPERO. –
Así lo dije la vez primera que promoví la tempestad. Dime, genio mío, ¿cómo se hallan el rey y sus compañeros?

ARIEL. –

Encerrados juntos, tal y como me lo hubisteis de ordenar, y en el mismo estado en que vos los dejasteis. Todos están presos, señor, en el bosquecillo de limoneros que resguarda vuestra gruta. No les es posible escaparse hasta que les otorguéis la libertad. El rey, su hermano y el vuestro, están los tres entregados a la desesperación. Y los restantes, desolándose por su cuenta, sucumben de dolor y de pesar, particularmente el que vos llamáis el buen viejo Gonzalo. Las lágrimas corren a lo largo de su barba como lluvia de invierno sobre los tallos de las cañas. Vuestros hechizos han obrado sobre ellos tan fuertemente, que si ahora los contemplarais, os moverían a compasión.

PRÓSPERO. –

¿Lo crees así, espíritu?

ARIEL. –

Yo me apiadaría de ellos, señor, si fuese humano.

PRÓSPERO. –

Es lo que voy a hacer. Tú, que no eres más que aire, tienes la sensación, el sentimiento de sus aflicciones, ¿y yo no he de compartirlas, siendo uno de su especie; yo, que me apasiono tan vivamente como ellos, no he de compadecerme como tú?.-

Aunque herido en el alma por sus crueles maldades, mi noble corazón, sin embargo, sabrá templar mi cólera. Mas elevado mérito se alberga en la virtud que en la venganza. Pues ellos se arrepienten, he llegado al fin de mi proyecto y no le sobrepasará un fruncimiento de cejas. Anda, ponlos en libertad, Ariel. Romperé mis encantos, restituiré su corazón y los devolveré a sí mismos.

ARIEL. – Voy a buscarlos, señor. (Sale.)

PRÓSPERO. –

Sílfides de las colinas, de los riachuelos, de los lagos numerosos y de los bosquecillos; y las que sin dejar en las arenas huella de vuestras plantas, perseguís a Neptuno cuando se retira y le huís cuando retorna; ustedes, duendecillos, que al claro de la luna trazáis esos círculos de hierbas amargas en que la oveja no quiere pacer; y vosotros, cuya ocupación consiste en hacer brotar los hongos a medianoche, que os regocijáis al oír el solemne toque de queda, con cuya ayuda, aunque sois débiles maestros, he oscurecido el sol a mediodía, despertado los vientos procelosos y levantando una guerra rugiente entre el verdoso mar y la bóveda azulada. Escuchadme, habitantes del abismo, he inflamado el trueno de fragor espantable y henchido la robusta encina de Júpiter con su propio rayo. Conmoví los promontorios sobre sus sólidas bases y arranqué de raíz el pino y el cedro. A mi mando se han abierto las tumbas, han despertado a sus durmientes, y los han dejado partir, gracias a mi arte potentísimo. Pero aquí abjuro de mi negra magia; y cuando haya conseguido una música celeste, como ahora reclamo, para que el hechizo aéreo obre según mis fines sobre los sentidos de esos hombres, romperé mi varita mágica, la sepultaré muchas brazas bajo tierra, y a una profundidad mayor de la que pueda alcanzar la sonda, sumergiré mi libro.

Aporte Musical Nº15 (Música solemne)

Entra de nuevo ARIEL. Detrás, ALONSO, haciendo muecas frenéticas, seguido de GONZALO. Luego SEBASTIÁN y ANTONIO, de igual suerte, acompañados de los visitantes y del resto de los integrantes del taller. Todos penetran en un círculo trazado por PRÓSPERO, y en él permanecen bajo el encanto. PRÓSPERO los contempla y habla.

(A ALONSO.) ¡Que una melodía solemne, el mejor reconfortante para una imaginación desarreglada, calme tu cerebro, ahora inútil, y lo encaje en tu cráneo! ¡Permaneced ahí, pues os halláis inmovilizado por el hechizo!...

Aporte Musical Nº16 (Sonidos de encantamiento)

Gonzalo, honorable y virtuoso varón, mis ojos asociados al espectáculo de tus lágrimas, vierten lágrimas fraternales. Mirad, querido hermano, el encanto se disipa poco a poco; y como la mañana se introduce furtivamente en la noche, disolviendo las tinieblas, así sus sentidos se despiertan, comenzando a arrojar los vapores de la ignorancia que oscurecían la claridad de su razón... ¡Oh buen Gonzalo, mi verdadero salvador y leal guardián de aquel a quien acompañaste, quiero pagar tu sacrificio al retorno, así en palabras como en obras!...

Aporte Musical Nº17 (Sonidos de encantamiento)

Alonso, nos has tratado con la mayor crueldad a mí y a mi hija. Tu hermano fue cómplice en la acción... ¡Ya estás castigado, Sebastián!...
Aporte Musical Nº18 (Sonidos de encantamiento mayor)

¡Vos, mi carne y mi sangre, mi hermano, que poseído de la ambición ahogasteis el remordimiento y la naturaleza; que con Sebastián, cuyas torturas secretas son por ello más grandes, quisisteis aquí asesinar a vuestro rey, por desnaturalizado que seas, te perdono!...

Aporte Musical Nº19(Música para elevar los espíritus)

Sus inteligencias comienzan a flotar; la marea que se aproxima cubrirá pronto las riberas de su razón que todavía permanecen infectas y fangosas. Ninguno hasta el presente me ha mirado ni reconocido... Ariel, ve a buscarme el sombrero y la espada, que están en la gruta. (Sale ARIEL.) Voy a cambiar de vestidos y a presentarme como era en otro tiempo en Milán... ¡Apresúrate, espíritu; bien pronto serás libre!.

Nuevamente torna a entrar ARIEL, cantando, y ayuda a PRÓSPERO a vestirse.

Aporte Musical Nº 20 Música de Ariel Laborioso.

PRÓSPERO. –

¡Bravo, mi gentil Ariel! ¡Mucho habré de extrañarte; no obstante, serás libre!... en recompensa a tus auxilios, tal como te lo he prometido. Ahora, invisible como estás, ocupados del bienestar del resto de los náufragos.

ARIEL. –

Beberé los vientos delante, y estaré de vuelta antes que vuestro pulso dé dos pulsaciones.

GONZALO. –
¡Tormentos, turbaciones, asombros, estupefacción, todo revuelto, residen aquí! ¡Que algún poder celestial nos saque de esta espantosa isla!

PRÓSPERO. – (A GONZALO.)

¡Primero, noble amigo, déjame estrechar tu vejez, cuyo honor no puede medirse ni aquilatarse!

GONZALO. –
Sea esto o no un sueño, no podría jurarlo.

PRÓSPERO. –

Os halláis aún bajo ciertas fascinaciones de la isla lo que os impide creer en la realidad de las cosas... ¡Sed todos bien venidos, amigos!... (Aparte, a SEBASTIÁN y ANTONIO) En cuanto a vos, mi par de señores, si quisiera podría hacer atraer hacia vos la cólera de Su Alteza y desenmascararos como traidores; por el momento, nada he de contarle.

SEBASTIÁN. –

(Aparte). El diablo habla por él.


PRÓSPERO. –

No... (A ANTONIO) Respecto de vos, el más malvado de todos, a quien no debería llamar hermano sin infectar mi boca, te perdono tu más negra infamia, todas las infamias, y reclamo de ti mi ducado, que estarás, según creo, dispuesto a devolverme.

PRÓSPERO. –

¡Contempla, soberano rey, a Próspero, el ultrajado duque de Milán! Para mayor seguridad de que es un príncipe viviente quien te habla, te estrecho en mis brazos y te doy una cordial bienvenida a ti y a tus compañeros.

ALONSO. –

Si lo eres o no, o alguna forma encantada para abusar de mí, como ya he observado, lo ignoro... Tu pulso late como si fuera de carne y sangre, y desde que te he visto se mejora la aflicción de mi alma, con lo cual temo que se apodere de mí la locura. Todo esto, si verdaderamente ha sucedido, es una extraña historia. Renuncio a tu ducado y te ruego me perdones mis faltas... Pero ¿cómo es posible que Próspero viva y esté aquí?

Si eres Próspero, danos detalles de tu salvación. Cuéntanos cómo nos has hallado aquí a nosotros, que hace tres horas naufragamos sobre esta ribera, donde he perdido, ¡cómo me desgarra el alma su recuerdo!, a mi querido hijo Fernando.

PRÓSPERO. –

Lo siento, señor.

ALONSO. –
La pérdida es irreparable, y la paciencia me dice que nada la puede calmar.

PRÓSPERO. –

Más bien pienso que no habéis implorado su auxilio. Yo reclamé la ayuda de su dulce gracia para una pérdida semejante, y reposo contento.

ALONSO. –

¿Vos una pérdida semejante?

PRÓSPERO. –

Tan grande para mí y tan reciente como la vuestra, y para ayudarme a soportar tan querida falta tengo medios mucho más débiles que los que vos podéis llamar para que os conforten. Porque yo he perdido a mi hija.

ALONSO. –

¿Una hija? ¡Oh cielos! ¡Que no estuvieran ambos, vivos, en Nápoles, y fuesen allí el rey y la reina! Por ello desearía hallarme sepulto en el fangoso lecho donde descansa mi hijo. ¿Cuándo habéis perdido a vuestra hija?

PRÓSPERO. –

En la última tempestad. Noto que estos señores se hallan tan estupefactos por el encuentro, que pierden la razón, y a duras penas dan crédito al testimonio de sus ojos, ni se imaginan que mis palabras son humanas. Pero sea cual fuere la turbación de vuestros sentidos, tened por seguro que soy Próspero, el duque mismo que fue expulsado de Milán, quien desembarcó de la manera más extraña en esta ribera donde habéis naufragado, para convertirse en su dueño. Pero no hablemos más del asunto; porque es una crónica para narrarse a diario, no una relación de sobremesa, ni conveniente a esta primera entrevista. Sed bien venido, monarca. Esta gruta es mi corte. Aquí tengo escasos servidores, y afuera ningún súbdito. Contempladla, os ruego. Ya que me habéis restituido mi ducado, quiero indemnizaros con un rico presente, o, al menos, ofreceros un espectáculo maravilloso, que os causará tanto placer como a mí vuestra restitución.

Ábrese la entrada de la gruta, y aparecen FERNANDO y MIRANDA, jugando al ajedrez.

Miranda.-

Dulce sueño, me hacéis trampas.

Fernando.-

No mi carísimo amor; no lo haría por lo que vale el mundo.

Miranda.

Sí, porque yo os lo permitiría por una veintena de reinados; y lo calificaría de juego limpio.

ALONSO. –

Si es también una visión de la isla, habré perdido dos veces a mi adorado hijo.

SEBASTIÁN. –

¡Es el milagro más portentoso!

FERNANDO. –

¡Aunque los mares amenacen, tienen misericordia! ¡Los he maldecido sin causa! (Postrándose ante ALONSO)

ALONSO.-

¡Ahora, que todas las bendiciones de un padre venturoso te circunden! Levántate y dime cómo estás aquí.

MIRANDA. –

¡Oh prodigio! ¡Qué arrogantes criaturas son estas! ¡Bella humanidad! ¡Oh espléndido mundo nuevo, que tales gentes produce!

PRÓSPERO. – Nuevo, en efecto, es para ti.

ALONSO. –

¿Quién es esta joven con quien jugabas? Vuestras antiguas relaciones no deben remontarse a tres horas. ¿Es la divinidad que nos ha separado y nos reúne ahora?

FERNANDO. –

Señor, es mortal; pero por una inmortal Providencia es mía. La elegí cuando no podía solicitar de mi padre el consentimiento, ni contaba con él ya. Es hija de este famoso duque de Milán, de quien oí hablar tantas veces, pero a quien no conocí hasta ahora; de quien he recibido una segunda vida y a quien considero mi segundo padre por esa joven.

ALONSO. –

Y yo el suyo. Pero ¡oh!... ¡Qué tremendo es para mí el que haya de pedir perdón a mi hija por el pasado!

PRÓSPERO. –

Deteneos ahí, señor. No carguemos nuestros recuerdos con pesadumbres idas.

GONZALO. –

¡A no vedármelo mis lágrimas internas, hubiera hablado ya! ¡Inclinad vuestras miradas, dioses, y esparcid sobre esta pareja una corona de bendiciones! Porque habéis sido vosotros quienes han trazado la senda que nos ha conducido aquí.

ALONSO. –

Yo digo amén, Gonzalo.

GONZALO. –

¿Fue Milán expulsado de Milán para que su descendencia reinase en Nápoles? ¡Oh! ¡Que nuestras alegrías rebasen las alegrías ordinarias y escríbase esto en letras de oro sobre columnas imperecederas! En mi viaje, Claribel ha encontrado marido en Túnez, y Fernando, su hermano, una esposa donde él propio se había perdido; Próspero, su ducado en una isla miserable; y todos nosotros, a nosotros mismos, cuando ningún hombre se pertenecía.

ALONSO. –

(A FERNANDO y MIRANDA.) ¡Dadme las manos! ¡Que las tristezas y el pesar aprieten el corazón de los que no deseen vuestra ventura!

*** todos los actores se toman de las manos******

GONZALO. –

¡Así sea! ¡Amén!

Aporte Musical Nº21 (Alegría por el desenlace exitoso) En el escenario queda únicamente Próspero, los actores se retiran en orden.

PÓSPERO:

Venid Calibán, tuno de monstruosas costumbres. Id a mi gruta, si queréis obtener mi perdón, arregladla cuidadosamente.

CALIBÁN: (Entrando)

Sí, lo haré, y desde hoy en adelante seré más razonable y buscaré vuestra complacencia.... ¡ Qué séxtuple asno era, al tomar por dios a un borracho , a un idiota lúgubre!

PRÓSPERO:

En cuanto a vos, mi Ariel, mi polluelo, este es tu servicio. ¡Inmediatamente recobra en los elementos tu libertad, y Adiós.

Aporte Musical Nº22 (Ariel recupera su libertad)

(A los invitados. Se retiran Ariel y Calibán) Acercaos si os place. (Dirigiéndose al Público)

8.- Epílogo

Aporte Musical Nº 20(Acompañamiento para recitado)

Recitado por PRÓSPERO

Ahora, habiendo renunciado a mis hechizos; toda la fortaleza que me resta es la que reside en mí.

Ahora, es cierto, soy más débil, y tú,
tienes el poder de confinarme aquí
o enviarme a Nápoles.

No dirijas vuestro conjuro en mi contra.
No me dejes habitando en esta desierta isla, ahora que he recobrado mi ducado
y perdonado al impostor.

Desata mis amarras con la ayuda de tu bondad. Sopla tu aliento suave hasta hinchar mis velas, o sucumbirá mi propósito, que era vuestro agrado.

Ahora que me faltan
los espíritus del encanto
mi destino será el desespero.
A menos que me salve la plegaria,
aquella que horada el alma,
seduce a la misericordia
y absuelve toda falta.

Así, vuestros crímenes serán perdonados,
Así, vuestra indulgencia me hará libre.

La Canción de Sycorax

Texto para performance paralela a la obra.

Sycorax.-

Cada atardecer regresa a mí el silencio,
las noches extensas de la Patagonia,
los guanacos, los fuegos,
los ritos ordenados por mi padre Setebos,
los grandes festivales
en que la tribu preparaba mi boda y mi sacrificio
para nivelar las mareas y calmar las tempestades.
Una madrugada en que el viento
avisaba las iras cielo,
una tropa de hombres con barba
llegó a mi aldea.

Entre explosiones, murieron mis mayores, mis hermanos, mi Patria.

Como esclava, fui conducida a las
costas de África.

Por dos meses me alimenté con
leche de hombre;
aprendí los abismos del odio,
los argumentos de la magia,
el balanceo constante del mar.

Próspero.

En Argel, cerca del país que fue Cártago;
la cautiva fue vendida a Diótima,
Sacerdotisa Secreta del antiguo templo de Troya.

En aquel País, aprendió el arte de crear amores, combinando el rocío de las flores y el rumor cristalino de las piedras en el manantial.

Así, adquirió el secreto de sonreír,
conoció los lenguajes de la libertad;
dominó los misterios del canto;
y, en las aguas transparentes
del verano, ellas, las reinas de la vida, copularon con delfines
y desafiaron los límites de todo gozo,
teniendo por único abrigo,
la espuma orgullosa
del mar.

Ariel, el genio del viento,
padre de todas las tormentas
magallánicas, el joven dios que la
esperaba en holocausto, siguió el aroma de Sycorax hasta aquellas aguas ondulantes de pasión.

En su viaje, recogió de cada país
las mejores flores y escribió con sus pétalos el horizonte para decirle
al tiempo y al mundo,
que su único amor,
su princesa
y su vida
era Sycorax.

Un año entero duró el romance,
hasta que una noche calurosa, cuando la luna anunciaba la marea de zarpe,
la brisa poderosa de aquellas aguas
llevó hasta Sycorax, de retorno,
el veneno del rencor.

La risa de aquellos rufianes era inconfundible y su barco estaba a punto de partir a España
cargado de dátiles, perfumes y aceitunas.

Sycorax

Fue entonces que puse mis pies sobre el viento y rogué por todos los medios a Ariel, para contar con sus poderes en mi revancha.

Sin embargo, el delicado genio de las tempestades no quiso ayudarme,
por lo que me vi obligada
a derramar vino sobre mi cuerpo
y elevar mis oraciones a Setebos
para cumplir el destino,
el rito, la venganza.

Entregué mi amor en sacrificio
y las fuerzas del abismo me escucharon.
Doce terremotos desolaron la ciudad;
las mareas suspendieron su ciclo por un año y la copa de mi veneno
fue apagando la vida de cada uno
de aquellos monstruos.

De esos festines de odio;
surgió Calibán, mi extraño hijo,
a quien, para proteger del mundo,
nunca, nunca, enseñé a hablar.

El resto de la historia es conocida.
Los hombres del desierto
comprendieron, y vino la prisión,
el destierro,
el llanto de Ariel,
encerrado en un pino.